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En el artículo previo vimos cómo la obra maestra del relojero seguntino Manuel Tomás Gutiérrez quedaba instalada en la Catedral de Toledo. Sin embargo, la confianza tan necesaria en los negocios se quebró cuando llegó la hora de los pagos y la relación entre este y el cabildo de la catedral se tornó altamente tormentosa.

Con el reloj definitivamente terminado e instalado se produjo una notable discordancia en la fijación del precio del producto final. Estalló un acalorado debate entre el cabildo y el maestro relojero, pues Manuel era una persona de fuerte temperamento. Las cosas pasaron a mayores cuando nuestro paisano protagonizó algún acto violento, haciendo imposible el acuerdo. La única vía de solución parecía el arbitraje; y así, se pactó que el precio definitivo sería fijado por un grupo de seis peritos, elegidos tres por cada parte.

Tras efectuar varios exámenes y sostener algunas reuniones, los técnicos facultativos concluyeron que el valor del reloj ascendía a 400.000 reales, más una gratificación de 10.000 reales para el relojero por su extraordinario trabajo. Adicionalmente, se debía compensar a Manuel Tomás por los otros gastos en los que había incurrido: los salarios y la manutención de su hermano y los ocho oficiales madrileños que colaboraron en la instalación, así como los tres meses de almacenaje del reloj que iban desde la llegada a Toledo de la maquina hasta su instalación. En total 437.272 reales. Lo que representaba un alto honorario para la época, pero que correspondía merecidamente con la calidad del trabajo realizado. El cabildo tuvo que añadir a esta cantidad los honorarios de los peritos y los gastos de las obras de la nueva Puerta del Reloj —que entonces ya se llamaba, como hoy, de la Chapinería— y de la cámara del reloj, el recrecido de la Torre del Reloj y la fundición de las campanas, otros 290.472 reales. No le salió barato el reloj al Cabildo, pero eso es lo que cabe cuando se adquiere una obra de arte.

En el año de 1793 la Real Fábrica de Reloxería estuvo muy cerca de su cierre. El buen orden y la organización del trabajo se habían deteriorado hasta tal punto que algunos empleados desviaban no solo su tiempo, sino también materiales de la Real Fábrica para atender encargos personales. El resultado de este desmán fue que los costes de los relojes de la fábrica se dispararon exponencialmente y los relojes que salían de ella eran tanto o más caros que los que se traían del extranjero. Al año siguiente Manuel Tomás Gutiérrez se ofrece a dirigir la institución una vez más, y una vez más fue rechazado. La razón oficial que se mencionó fue su avanzada edad —tenía alrededor de 55 años— y se adujo que había perdido algo de visión en un ojo; aunque todo esto fue endulzado con un merecido reconocimiento de la calidad de sus trabajo y su propuesta. Manuel Tomás, siempre incansable en este anhelo, apeló a Manuel de Godoy, favorito del rey, del que solo obtuvo unos encargos menores, pero ningún apoyo. Asimismo, envió un memorial a la Junta de Comercio de Madrid la cual lo remitió al rey con una nota favorable, pero sin obtener ningún resultado.

No sabemos las razones por las que Manuel Tomás se topaba siempre con las puertas cerradas de la dirección de la Real Fábrica de Reloxería, solo podemos especular con que pudiera deberse a su carencia de formación técnica en el extranjero, a su mal carácter o a la inquina —ciertamente mutua— que le profesaba Manuel Zerella, Relojero de Cámara del Rey, quien bien pudo haber indispuesto a la Casa Real con él.

No deja de ser trascendente en este punto destacar la valía de los méritos de Gutierrez para el puesto. Así lo entendió la Clase de Artes y Oficios de la Real Sociedad Económica Matritense quien, desde la propuesta anterior de Gutiérrez de creación de una fábrica de relojería, utilizaba su proyecto como referencia para evaluar otras propuestas de fábrica de la misma especialidad que se le fueron presentando.

El seguntino Manuel Tomás Gutiérrez, Relojero del Rey, obsequió en 1797 al rey Carlos IV y a su esposa, la reina María Luisa de Borbón-Parma, sendos relojes con la íntima esperanza de ser nombrado Relojero de Cámara; sin embargo, no obtuvo más que una comunicación de Manuel Godoy que le transmitía la gratitud de los reyes, y dejaba pendiente para otra ocasión la concesión de la codiciada plaza. El reloj que regaló al rey podría perfectamente ser el reloj esqueleto de sobremesa, que poseía un diseño similar al de la Catedral de Toledo, cuya imagen ya mostramos en el segundo artículo de esta serie.

En otro momento la reina le confió la creación de un nuevo reloj. Al solicitar el pago del mismo en 1797, aprovechó la oportunidad para volver a solicitar el título de Relojero de Cámara del Rey, que de nuevo le fue denegado.

Tres años después, y aún a pesar de sus supuestas edad avanzada y falta de vista, a Manuel Gutiérrez se le encargó la dirección de una fábrica de relojería dependiente de la Dirección General de Correos, que también estuvo ubicada en la calle de Fuencarral de Madrid. En esta calle se concentró la mayor parte de las fábricas de relojes de Madrid, como si en ella se estableciera la ubicación del gremio de reloxeros.

A los pocos días del Levantamiento del dos de mayo, acontecimiento que daría inicio a la Guerra de la Independencia, concretamente el 25 de mayo de 1808, Manuel Tomás, que ya era prácticamente un septuagenario, solicitó permiso para trasladarse a su ciudad natal y reponerse de una enfermedad.

Ignoramos el año y el lugar de su fallecimiento, aunque yo quiero creer que le fue concedido el permiso para desplazarse a Sigüenza y que vivió en ella poco tiempo más, ahorrándose los hechos bélicos que sucedieron en España, y particularmente en esta ciudad, durante los años de la terrible guerra de invasión.

Pocos son los relojes de su creación que han sobrevivido hasta nuestros días: el magnífico reloj de la catedral de Toledo, el reloj maqueta del mismo, el elegante reloj propiedad del rey Carlos IV, un reloj de faltriquera de Carlos III… y no podemos olvidar que también fue un constructor de aparatos científicos para el Seminario de Nobles y constructor de herramientas, de las que solo ha sobrevivido una “fresadora para labrar los dientes de una corona” dividiendo la circunferencia de forma exacta según el numero de dientes deseado, este ingenioso artefacto se encuentra hoy en día en el Sciencie Museum de Londres.

Unos pocos años más tarde, el ingeniero militar y director del Parque de Artillería de Madrid, Juan Francisco Gutiérrez (1780-¿?) realizó una aguja para la reina María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829), tercera esposa de Fernando VII. Cuando Juan Francisco le entregó la aguja la reina quedó muy complacida, pues era del grosor de la aguja inglesa que ya poseía, pero Juan Francisco le advirtió "Lo que contempla Su Magestad es el estuche donde he colocado la verdadera aguja para bordar". En otra ocasión le regaló al rey un reloj para el puño de su bastón creado igualmente por él mismo. Gracias a una reseña de José Antonio Martínez Gómez-Gordo sabemos que este ingeniero militar, posiblemente también nacido en Sigüenza, estudió en el Seminario Diocesano de esta ciudad y que conocía a la perfección el estilo de Manuel Tomás. Aunque no se puede afirmar con rotundidad, podemos deducir con una alta probabilidad que se trataba de un hijo de nuestro ilustre y poco conocido hijo de Sigüenza, y que fue formado en su taller. En el Museo del Ejército se encuentra un metrónomo fechado en 1820 obra de este ingeniero y que responde claramente al estilo de herramientas de Manuel Tomás Gutiérrez.

Luis Montañés, uno de los mayores especialistas en la historia de la relojería española, ha calificado la obra del seguntino Manuel Tomás Gutiérrez como la más original e ingeniosa de todo el siglo XVIII. Por otro lado Ana José Braña Albillo escribió que “probablemente si Gutiérrez hubiera contado con la ayuda Real hoy estaríamos hablando de una historia diferente sobre la Relojería en España”.

Deseo terminar esta serie de artículos recomendando a todos los seguntinos y simpatizantes de esta bella ciudad que visiten Toledo, que se pasen por su magnífica catedral y se detengan ante el reloj de la puerta de ese nombre, visible desde el exterior, que una vez que se adentren en la Catedral contemplen el mismo reloj desde el interior, y que hagan un pequeño recuerdo de su autor, Manuel Tomás Gutierrez, nacido, y quizá también fallecido, en Sigüenza, apreciado como el mejor relojero artesano de la España de cualquier época.

Para saber más: Moral Roncal, A. M. del, “Don Manuel Tomás Gutiérrez, un relojero seguntino en la España de la Ilustración”, Wad-al-Hayara, Revista de estudios de la Institución Provincial de Cultura «Marqués de Santillana» de Guadalajara, nº 24 (1997), pp. 165-182.

Fresadora de dientes de corona. Herramientas y máquinas manuales, 1789, España. Science Museum de Londres.1

1.Wheel cutting machine with milling cutter . Hand and machine Tools, 1789. Sciencie Museum London. Disponible en: https://collection.sciencemuseumgroup.org.uk/search?q=manuel%20gutierrez
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(https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/#).

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