Desde la muerte de la reina Isabel en 1504, la situación económica, social y política era inestable en Castilla. Peste, malas cosechas, hambrunas, descontento en las ciudades por cuanto la mejor ...
Noticias
Pregón de Navidad
- Detalles
- Javier del Castillo
Leído por el periodista Javier del Castillo como prólogo al festival de villancicos celebrado en Sigüenza el 14 de diciembre.
El sonido de las guitarras, bandurrias y zambombas iba haciéndose más intenso a medida que se acercaban a la esquina de la Plaza de Don Hilario, donde me encontraba. Recuerdo, con la emoción contenida y cara de sorpresa, las coplas de Pepe Cerezo sobre acontecimientos ocurridos en la ciudad durante el último año. A juzgar por las risas de los presentes, debían de tener mucha gracia.
No se me olvidará fácilmente el poncho y el sombrero mexicano de aquel hombre algo destartalado que recogía el aguinaldo para el Asilo. Ni dejarán de parecerme gigantescas las zambombas que acompañaban a la Rondalla de Sigüenza en aquel recorrido multitudinario por las calles de mi infancia.
Al igual que en tantas otras cosas, tenía mucha razón el gran Miguel Delibes cuando decía: “mi patria es la infancia”. Podemos alejarnos en el tiempo y en el espacio, descubrir culturas y paisajes lejanos, pero al final siempre volvemos a la etapa de la vida en la que nos formamos. El arraigo a la tierra, el respeto por la naturaleza y la defensa del mundo rural del que hacía gala el escritor vallisoletano, en realidad no eran más que la consecuencia lógica de la semilla del pasado. Había crecido con esos valores. Seguían siendo sus compañeros de pupitre, como lo fueron toda su vida la familia, la amistad, el amor, las tradiciones o la lucha por un mundo con menos desigualdades.
A mediados de los sesenta - después de ir durante algunos cursos de la Riba al Instituto en el coche de línea, con cartera, bocadillo y talonario de familia numerosa -, tuve la suerte de descubrir la auténtica Navidad de Sigüenza. Una Navidad tapizada de nieve y escarcha, pero cuidadosamente sembrada de estrellas. Con belenes iluminados, con concursos de villancicos organizados por los colegios y con una cabalgata de Reyes Magos que llenaba de ilusión nuestros sueños. Hasta las figuras del belén de los Padres Josefinos me parecían increíbles en sus movimientos.
Los tejados blancos, las estalactitas de hielo colgando caprichosamente de la fuente de la Alameda, las rondallas infantiles en busca de aguinaldo, el musgo de La Pinarilla, el Belén viviente de Santa María, el árbol de navidad colocado en la Plaza Mayor, las imágenes navideñas silueteadas en las ventanas del Instituto o las figuritas de barro de la tienda de Carmen Checa… Son muchos los recuerdos y numerosas las postales navideñas que se agolpan en mi memoria. Retazos de una infancia que el tiempo no ha borrado todavía. Fotografías que perduran, aunque algo amarillentas, en el imaginario de una ciudad que recrea en sus coplas navideñas las peripecias del día a día.
El poeta y farmacéutico León Felipe, que vivió algunos años de su vida en Almonacid de Zorita, refiriéndose al orgullo de sentirse hijo de un pueblo, de un paisaje y de unas tradiciones, exclamaba lo siguiente: “¡Ay de aquel que no tenga tierra provinciana!”. Pelear por el territorio de la infancia es un deber de justicia y honra a quienes de verdad están dispuestos a ello. Sin dejar a León Felipe, que desgraciadamente acabaría exiliado en México como tantos otros intelectuales españoles después de la guerra, quiero recordar la descripción que hacía de su humilde estancia entre nosotros. “En esta tierra de España – escribía el poeta - y en un pueblo de la Alcarria, hay una casa en la que estoy de posada y donde tengo, prestadas, una mesa de pino y una silla de paja”.
No es necesario recurrir a la precariedad en la que se encontraba el escritor para concienciarnos de lo mal que lo están pasando muchas familias españolas en estos momentos. Casi un siglo después, en España y en Guadalajara, hay demasiadas personas que no disponen de posada en la que hospedarse, ni tampoco de una mesa de pino y una silla de paja prestadas.
En estas Fiestas Navideñas – días de reencuentros, aunque también de ausencias y nostalgias –, creo que tenemos la obligación de ser más solidarios con aquellos que más sufren las dramáticas consecuencias de la crisis económica. Hay que dar contenido al “espíritu navideño”, sacándolo de su contexto, procurando que pueda tener vigencia y aplicación durante todo el año.
Por mucho que algunos se empeñen en cuestionar sus orígenes y tradiciones, la Navidad sigue siendo una de las festividades más importantes del cristianismo. El nacimiento del Niño Jesús, para los que somos creyentes, no puede quedar sepultado por una gran campaña de regalos, ni tampoco ser una excusa para aflorar valores y sentimientos que se diluyen o desaparecen durante el resto del año. La celebración de la Navidad – motivo de alegría para cualquier cristiano – no es incompatible con costumbres y tradiciones que le dan una dimensión más popular, pero respetando siempre los orígenes. Sin perder nunca de vista las raíces.
Si me remontó a mi más tierna infancia, la Navidad estaría representada por un belén adosado al altar de la Iglesia, por un gran muñeco de nieve levantado en el centro de la plaza y por las entrañables y divertidas reuniones familiares. Todo ello ambientado por villancicos populares y por el inconfundible olor a castañas asadas, mazapanes, guirlaches, polvorones y musgo recién traído del campo.
Recuerdo el sencillo belén de la entrada de casa, con el Nacimiento, los Reyes Magos y unas cuantas figuras de barro de distintos estilos y tamaños. También guardo un grato recuerdo de las rondas en la Cuesta y la calle Real y, con bastante menos agrado, los malditos sabañones y las frías mañanas de hielo y escarchas.
Sin embargo, me queda la sensación de que el frío de la Navidad era mucho más llevadero, al lado de los seres queridos, entre risas y villancicos. Te lo pasabas tan bien que apenas lo notabas. El frío se diluía en medio de aquella ilusión y alegría que nos embargaba. La Navidad que yo quiero seguir guardando en la memoria era muy familiar y probablemente más auténtica y más cercana.
Por eso, cuando alguna vez me han preguntado por las tradiciones navideñas de mi niñez, siempre digo que soy un ferviente defensor del Belén y de los Reyes Magos. Y que acepto sólo como un mal menor la tradición de Papa Noel y la costumbre del árbol.
También les recuerdo a los más pequeños – aunque dudo que lo entiendan –lo felices que éramos entonces, a pesar de no haber disfrutado de la generosidad actual de los Reyes Magos.
En las Navidades de mi infancia los niños pedíamos el aguinaldo por las casas, íbamos en familia a la Misa del Gallo – aunque acabáramos la Eucaristía con los ojos cerrados–, y cantábamos villancicos junto al altar, mientras adorábamos al Niño Dios, dormidito entre paja. Luego, a la salida de misa, rascábamos con energía las botellas de Anís de La Asturiana y tocábamos la zambomba o la pandereta, con permiso de la autoridad paterna, en agradables noches de rondalla.
Cantábamos el villancico “madre en la puerta hay un niño más hermoso que el sol bello; dice que tiene frío y el pobrecito está en cueros”, y se nos ablandaba el corazón cuando a continuación, la madre contestaba: “anda dile que entre, y se calentará, porque en esta tierra ya no hay caridad”.
El Niño Jesús era en aquellos días un invitado muy especial, que convivía con nosotros y con la bandeja de nueces, higos y castañas que presidía la mesa de comedor hasta después de Reyes. Le cuidamos como si fuera un nuevo hermanito, rodeado de muestras de cariño, hasta bien entrada la cuesta de enero. Le hacíamos partícipe de inolvidables veladas, con partidas de cartas y relatos e historias apasionantes. La tradición oral no tenía competencia. En mi infancia había sólo una televisión y así nadie podía pelearse por el mando a distancia.
Las comparaciones suelen ser arriesgadas, pero creo que entonces se compartía mucho más que ahora lo poco que hubiera en la casa. Todo el que llegaba era bienvenido, aunque lo hiciera sin previo aviso. Aunque no estuviera en ningún lugar escrito, se aplicaba a rajatabla una máxima que parece copiada de los estatutos originales de la Casa de Guadalajara en Madrid: “fomento de la amistad y de la mutua convivencia”. Así de sencillo.
Este certamen de villancicos, sin ir más lejos, es una demostración más de ese deseo de convivencia y de la arraigada tradición navideña que todos estamos obligados a preservar. Para Sigüenza supone un motivo de orgullo y alegría poder consolidar este festival. Tener entre nosotros a la Real Zambombada de Atanzón, a los Cencerrones de Cantalojas, a la Ronda Tradiciones de Atienza, a la Ronda de Hita, y por supuesto a la Rondalla Seguntina, a la Ronda de Teo, al grupo Arándano, a Vanessa Muela y a la Ronda Amigos de Sigüenza.
Con este certamen se está consiguiendo en mi opinión tres cosas muy importantes: hacer honor a nuestras tradiciones, compartir la Navidad entre paisanos y celebrar que la Navidad es, por encima de todo, un escenario de paz, alegría y concordia.
Felicito desde aquí a la Asociación Seguntina de Folklore que, con la colaboración del Ayuntamiento de Sigüenza y la Diputación Provincial de Guadalajara, hace posible esta maravillosa concentración de rondas. Me parece encomiable esta labor y muy especialmente la recuperación de canciones y villancicos típicos de nuestra tierra y de otras que nos resultan cercanas.
Y me parece más encomiable todavía que lo hagáis con tan buena armonía. El mejor regalo navideño que nos podíais hacer es el de disfrutar de vuestras tradiciones musicales en un ambiente de amistad y camaradería. El Certamen de Villancicos de Sigüenza tiene que consolidarse como una cita obligada para recuperar los sonidos navideños de nuestra infancia.
Desde aquí quiero también mandarle un sentido abrazo a Don Juan Antonio Martínez Gómez-Gordo, que seguro nos estará escuchando y alegrándose de que Sigüenza siga fiel a sus tradiciones, sacando las coplas a la calle.
Como me imagino que están deseando poder escuchar los villancicos, me despido de todos ustedes deseándoles unas Felices Fiestas y lo mejor para el próximo año.
Sigüenza, 14 de diciembre 2013.