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El paso de la música de raíz y de calle a la clásica y de cámara, pero también del viento y percusión a la cuerda, en el mismo día, es algo magnífico. La mañana del sábado se engalanó con varios alumnos y el profesor de la Escuela de Dulzaina y Tamboril de Sigüenza desfilando en un pasacalle desde la Plaza Mayor hasta El Torrreón y posteriormente con un baile-sin-vermú en el patio. El grupo de tres alumnas en la percusión y cinco alumnos en las dulzainas, junto con Antonio Trijueque dirigiendo y explicándonos las piezas, nos alegró la mañana con una selección de jotas, pasodobles, habaneras y polcas; me gustó mucho “La Sirena” y la creación del mismo A. Trijueque llamada “Labros”, también un pasodoble de un vallisoletano que no recuerdo el nombre; el sonido en el patio del torreón fue estupendo porque sencillamente lo hicieron muy bien, la pena fue el poco público que acudimos, puede que por no haber vermú, el bar estaba cerrado, lo mismo ninguna asociación se hizo cargo para sacar unos eurillos para su causa. La alegría que trasmitieron con su música se contagió rápido y los pies se iban solos; como no, se despidieron con la “Sanjuanera”.

La tarde fue para la cuerda, acudí al último concierto del ciclo de música de cámara MUSIGÜENZA 2018 en su XIII edición para escuchar una formación clásica, dos violines, una viola y un violonchelo, sí, el Cuarteto Leonor (no sé de donde les viene el nombre), formación de prestigio y antigüedad (desde 2001); empezaron con un cuarteto clásico de Mozart (KV156) para calentarnos los oídos gratamente y pasar seguidamente a Debussy en el único cuarteto para cuerdas (Opus 10) que escribió, dividido en cuatro tiempos, imagino que a cada cual le produjo distintas sensaciones, yo puedo aseguraros que en el primer tiempo me encontraba como en la vorágine de una gran ciudad, en el segundo disfrutando con los “pizzicatos” (pellizquitos a las cuerdas) de violines y viola, en el tercer movimiento con su dulzura y delicadísimo final, para cerrar con el cuarto movimiento donde el sonido me sugería enjambres de insectos y en otras ocasiones bandadas de estorninos danzando en distintas figuras por el cielo. La segunda parte fue solo para el “Cuarteto Americano” (Opus 96) de A. Dvorak (aunque luego pronunciemos “Vorsak”, ¡qué cosas!), dividido en cuatro tiempos todos ellos son desarrollos disfrazados de esos aires irlandeses escuchados en las películas y ahora en los grupos celtas, el segundo movimiento es un lento de una melancolía deliciosa, el tercero muy vivo es muy reconocible y en el cuarto y último, el violín primero, de sonido delicioso en manos de Delphine Caserta, ejecuta una danza irlandesa que va traspasando al resto del grupo. Claro que Dvorak, como checo que era, tenía el oído atento a lo que sonaba por cualquier sitio, seguro, y luego se las ingeniaba para su obra; esta pieza recuerda mucho a su Sinfonía del Nuevo Mundo, tan escuchada, y ambas son de la primavera de 1.893. La ovación fue acompañada de algún ¡Bravo! y teniendo que ofrecer una propina optaron por un minueto de Salvador Giner Vidal, valenciano muy desconocido que ellos se están encargando de desempolvar, fue otra delicia para acabar. El cuarteto es realmente bueno, preciso, que consiguen un sonido excelente en conjunto. Un gran concierto. Pues nada solo queda agradecer a Antonio Trijueque y los alumnos de la Escuela de dulzaina y tamboril y al Cuarteto Leonor y BellÀrte tan delicioso día.

Sábado 24. IV Semana de la música de Sigüenza.

 

 


Viñeta

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