Se han dado ya las voces de alarma ante la rápida expansión de lo que parece ser una epidemia de abanderosis que se extiende por toda la península. Al parecer la enfermedad, que afecta sobre todo a los edificios pero se extiende también a la vía pública y a los recintos deportivos, comenzó en Cataluña, quizá por tratarse de una zona con una gran tradición de la industria textil. No se supo atajar a tiempo cuando empezó a manifestarse y se fue diseminando por ciudades y pueblos de aquella comunidad sin que los torpes intentos de erradicación por parte de las autoridades sanitarias hayan hecho otra cosa que contribuir a su extensión.
Cuando parecía que la epidemia estaba localizada en el rincón nordeste de la península, sin previo aviso ha saltado al resto de España otra variedad especialmente virulenta que ha empezado a afectar a los edificios del resto del país. Parece ser que el origen de la mutación es una cepa debilitada con la que se intentaba conseguir la vacuna contra el brote catalán. A algún aprendiz de brujo se le debió ir de las manos y el supuesto antídoto se ha convertido en otra variedad de abanderosis, que se distingue de la primitiva tan solo por tener una tonalidad ligeramente diferente pero que se difunde incluso con mayor rapidez que la variedad inicial.
El mecanismo de propagación de la abanderosis sigue siempre las mismas pautas, un día aparece en el edificio una bandera aislada, a los pocos días, las ventanas vecinas se van poco a poco poblando también de trapos similares hasta que, al cabo de unas semanas, acaban ocupando toda la fachada del inmueble.
Sobre la peligrosidad del mal las opiniones son encontradas. Hay quien piensa que se trata tan solo de una manifestación epidérmica como la que afectó al país durante los épicos días del imperio balompédico de “la roja” en los que no se ponía el sol y que si no se le presta especial atención, pronto los edificios volverán a la normalidad y en las ventanas volverán a lucir tan solo los tradicionales geranios. Otros, menos optimistas, alertan de que las consecuencias de la epidemia pueden ser muy graves y afectar a la larga a los pilares de los edificios, que pueden llegar a colapsar bajo el engañoso peso liviano de las banderas.
El problema se agrava porque al parecer la abanderosis no solo afecta a los inmuebles sino que, si no se la ataja a tiempo, puede llegar a afectar las personas que moran en las zonas afectadas, no habiéndose encontrado todavía un antídoto de eficacia contrastada.
Pero lo más preocupante es que la pandemia de abanderosis, hoy fuera de control, está impidiendo que se vea el humo que desprenden por doquier unos bosques cada vez más calcinados.