Para los que se encuentren desorientados sobre su manera de ganarse la vida, proponemos dos ocupaciones con espléndido futuro que sin duda reportarán buenos rendimientos a quienes se decidan emprender en el campo de la consultoría política auxiliar del siglo XXI.
Plaquero. El mercado de las placas conmemorativas es inmenso, todo en la vida es susceptible de ser inaugurado y plasmado en una placa que inmortalice al artífice de una inauguración. Puede tratarse de poner una primera piedra o de colocar la última, da igual, eso depende de la agenda del político y hay que decir que esta suele estar siempre muy apretada. Además del nicho de las inauguraciones, hay otro filón para el plaquero, el de las conmemoraciones, con lo cual el mercado se torna infinito. Todo resulta susceptible de ser conmemorado: una batalla, una conquista, una victoria, una derrota, una proeza, un siniestro, un crimen... En cuanto a la cronología, las posibilidades son inmensas, se puede conmemorar un año, un trienio, un quinquenio, un centenario, un milenario, una era… Cualquier administración que se precie debería tener en nómina un maestro plaquero para encargarse de estos menesteres, esenciales para la actividad política.
Está en un error el que piense que la labor de estos profesionales es sencilla y que se ha de limitar a crear una placa; el oficio conlleva también la tarea de elaborar la cortinilla que la cubra hasta el momento cumbre e implica la colocación firme de una cuerda para que el político correspondiente, con un movimiento elegante, la descubra. Es importante que el mecanismo de descorrer la cortinilla funcione con fluidez, no hay peor cosa que se pueda atascar en tal solemne y decisivo instante. Por otro lado el maestro plaquero tiene que trabajar codo con codo en colaboración con algún eximio vate que a la vez tenga el oficio de palmero para que la asesore en la sintaxis de la placa. Aunque parezca simple, la concisión y la exactitud de la prosa que inmortalice el momento estelar del descubrimiento de una placa no resulta nada sencillo y solo está al alcance de los especialistas en loas y panegíricos.
Ejemplo típico de placa para inauguración.
Palmero. El oficio de palmero corre paralelo al del plaquista y no se entendería el uno sin el otro. Se trataría, por hacer un símil, de incorporar a la política algo parecido a la antigua actividad de las plañideras en los entierros, pero evitando el llanto y dando a las ceremonias conmemorativas o a las inauguraciones de un peculiar toque festivo. El maestro palmero, maestro de ceremonias de estos eventos, debería ir siempre rodeado de un buen nutrido grupo de palmeros de a pie para que arropen a las autoridades en tan trascendentales momentos. El ritmo, sincopado o no, de los aplausos de los palmeros es muy importante para que el trascendental momento de descubrir una placa quede convenientemente plasmado, tanto en fotos, grabaciones o videos. El momento es importante pero en nuestro tiempo lo es más su repercusión mediática.
Yerra el que piense que es tarea fácil la del palmero, exige un gran virtuosismo y una precisa coordinación con sus compañeros y estar atento a las indicaciones del director de escena para palmear con rigor. Los palmeros pueden aprender el oficio entrenándose haciendo de clá en los teatros, al fin y al cabo, si obviamos la cada vez menos importante labor de gestión, la actividad política se reduce a ejercer con eficacia el arte de Talía. Los palmeros son unos profesionales cualificados que tienen que cuidar la imagen y el sonido a la vez, deben dar la talla y no desentonar con los políticos a los que deben prestar su oficio en estas ceremonias, ya se trate de inauguraciones como de eventos conmemorativos.
PD. Debido a la falta de espacio hemos obviado aquí la perspectiva de género de duplicar las palabras con el fin de incorporar el femenino a todos los nombres que aparecen en el escrito. Las lectoras y los lectores deberán suponer que en los plaqueros están subsumidas la plaqueras; en los palmeros, las palmeras; en las plañideras, los plañideros y en los políticos, las políticas. Ni siquiera aludimos a los castellano-manchegos porque habría que hablar también o de las castellano-manchegas o de las castellana-manchegas. Sobre géneros no binarios o binarias tampoco nos atrevemos a posicionarnos porque entrar en ese jardín alargaría este pequeño suelto hasta el infinito.