A finales de agosto se produjo un acontecimiento que llenó de asombro a la pedanía seguntina de Moratilla. Un día al levantarse los vecinos para realizar sus habituales faenas cotidianas, constataron con alborozo que el agua del Henares a su paso por la localidad, lejos del habitual tono verdoso y grisáceo asociado a un penetrante olor, había recobrado de improviso aquellas cualidades tantas veces añoradas del H2O; el agua era incolora, inodora e insípida.
¿Cuál era la causa de que las aguas del ponzoñoso Henares lucieran saneadas tras su paso por Sigüenza? ¿Había por ventura el consistorio seguntino aportado fondos para ello tras suprimir algún festejo de aquellos en los que se sacrifica a rumiantes en directo? ¿O era obra del supremo paje autonómico que, en quijotesca decisión, había decidido distraer un pequeño montante de los fondos destinados a los intemporales fastos cervantinos, para destinarlos a depurar el agua de rio? ¿Pasaba acaso por fin el Henares por Toledo?
Aunque algunos temieron que se tratara de una retorcida añagaza del maligno para confundir a los lugareños con sus malas artes, la mayoría relacionó el prodigioso suceso con las hoy recuperadas romerías a la ermita de Santa Librada. Recordemos que en el pasado siglo, a resultas del Concilio Vaticano II, la santa, de controvertida leyenda, fue desterrada del santoral católico y a resultas de aquello, su ermita fue saqueada de forma inmisericorde quedando desde entonces en un deplorable estado ruinoso. En las décadas posteriores el arruinado lugar fue profanado por la instalación en sus alrededores de una granja de gorrinos. Eran solo unos pocos, lejos de las miles de cabezas de cerdo que amenazan hoy en día con convertir la comarca en un inmenso vertedero de purines, pero los suficientes para convertir el antes idílico entorno en un lugar nauseabundo y maldito.
Sin duda tres años consecutivos de recobrada romería habían dado sus frutos, Santa Librada, cuya antigua ermita se encuentraba a pocos pasos del río, agradecida, había hecho una señal y el antaño turbio caudal del Henares se había convertido de repente en un limpio vergel donde peces y patos retozaban a placer en sus cristalinas aguas. ¿Había recuperado sus poderes, gracias a la intercesión de la santa, aquella depuradora tantas veces nombrada en vano en innumerables plenos de los sucesivos consistorios seguntinos? ¿O había sido milagrosamente trocada por otro artilugio que cumplía su natural función de purificar los desechos de la ciudad?
Al día siguiente los vecinos de la pedanía comprobaron con consternación que el río había vuelto a su habitual color y pestilencia. Todo había sido fruto de una alucinación colectiva provocada por las elevadas temperaturas sufridas este verano. Al parecer la insolación había sumido en una confusión mental a la población del lugar generando un fugaz espejismo.
Muchos temen que, ante el fiasco sufrido, se resienta de nuevo la devoción a Santa Librada. De la actuación de los gestores más terrenales hace mucho tiempo que los vecinos perdieron toda esperanza.