Ya está bien de hacer leña del árbol caído. Desde estas líneas quiero romper una lanza por el yerno del rey emérito y por su cónyuge desolada. Al fin y al cabo lo único que ha pretendido hacer nuestro hombre en Suiza es aplicar la sabiduría popular poniendo en práctica el conocido dicho de que a quién buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Al carecer de sangre azul y darse cuenta de que jugar con la mano no reporta los mismos beneficios que hacerlo con el pie, lo único que ha hecho es esforzarse en buscar ingresos para poder pagarse su cuota de autónomo y así convertirse en un verdadero emprendedor. Es hora de que alguna ONG emprenda una campaña de crowdfunding para que podamos contribuir a pagar entre todos una fianza a todas luces desorbitada.
Por su parte la balonmanista consorte, su alteza la infanta Cristina Federica Victoria Antonia de la Santísima Trinidad de Borbón y Grecia, también es falazmente denostada ya que no ha hecho otra cosa que apoyar el digno emprendimiento de su abnegado esposo, aportando su firma. Hay que tener en cuenta que, a diferencia de su entronizado hermano, ella no cobra por presidir eventos al estar excluida de las asignaciones de la Casa Real, por lo que no le ha quedado otro remedio que poner sus apellidos a trabajar.
El rey en una monarquía constitucional dicen que reina pero no gobierna, es decir su función en la conducción de una nación es nula por lo que se le paga para que no ejerza ninguna labor efectiva y dedique su tiempo a inaugurar cualquier evento susceptible de ser inaugurado. Es verdad que además de su presencia en todo tipo de actos conmemorativos se le requiere en ocasiones para que pontifique con algunas sentencias al estilo de: “ahora no es tiempo de regresar al pasado, sino de reafirmarnos en nuestra voluntad de un presente y un futuro de progreso compartido y de convivencia democrática” o apostillas similares susceptibles de ser deconstruidas de manera exhaustiva por los analistas cortesanos de la capital. Además no resulta baladí su trabajosa labor anual de leer a viva voz el mensaje navideño que hábilmente pergeñan los negros de turno. Algunos haciendo números pueden pensar que estas oportunas admoniciones nos salen por un ojo de la cara. Pero no son conscientes del gran número de opinautas y columniadores profesionales que se ganan la vida glosando las vicisitudes de la farándula real y de los escasamente fructíferos intentos de plebeyos como Urdangarín de arrimar la institución a su sardina. (Sin ir más lejos, esta columna pertenece a dicho género aunque por desgracia este medio no me paga emolumento alguno por tan esforzada labor).
Tampoco se tiene en cuenta el beneficio que supone para la gobernación del país tener entretenida a la ciudadanía desahogándose en los bares con las andanzas de nuestra “corte de los milagros”. Sobre todo en aquellas fechas en las anda escaso el suministro del alimento espiritual que suponen las nutritivas retransmisiones deportivas. Por no hablar de la impagable contribución del asunto de marras a inflamar las redes sociales, esos sucedáneos abstemios de los antiguos exabruptos tabernarios. Aunque en este último caso hay que tener mucho cuidado con lo que se escribe porque la imputación por incitación al odio por parte de algún celoso a la par que ocioso juez de guardia puede estar a la vuelta de la esquina.
Y es que en muchas ocasiones es el bosque el que impide ver los árboles... genealógicos.