Salí de casa el domingo por la mañana temprano y lo primero que hice, siguiendo una malsana costumbre, fue acercarme al quiosco para comprar uno de los periódicos de referencia. Me dirigí a una cafetería para degustar un chocolate con churros mientras ojeaba las noticias, no sin antes depositar en la papelera el voluminoso catálogo adjunto sobre moda playera de un anunciante en el que las estaciones llegan siempre con antelación. Como si de un acto fallido se tratase, se me cayó de las manos el dominical de papel cuché en el que columnistas de culto, entre publicidad de perfumes franceses y berlinas de tecnología alemana, escribían sobre el bien y el mal. Aliviado al haberme quitado tanto peso de encima, me dispuse a leer el periódico.
En primera página con grandes titulares se anunciaba que el equipo del Azerbaijan land of fire había arrebatado, en un transcendental encuentro, el añorado campeonato de fútbol a sus rivales del golfo: el Qatar Foundation y el Fly Emirates, que habitualmente se lo rifaban entre ellos. Bajo una foto en la que varios jugadores del equipo del Cáucaso manteaban al entrenador invicto, se venía a decir que un convoy de jabatos, liderado por un redivivo Espartaco, había acabado con la plutocracia del balón. De lo que el articulista, parafraseando a Obama y al 15 M, colegía que sí, que se podía. La noticia era sin duda digna de aparecer destacada junto a un anuncio de cosmética para hombre en el que se prometía el milagro de reducir la grasa abdominal durante el sueño.
Me sumergí en la sección de economía para saber a qué ritmo iba la recuperación. Allí, en un sesudo informe, me informaban de la implacable lucha de dos marcas de calzado deportivo por hacerse con el negocio de la patada de oro en el próximo mundial de fútbol. El siguiente paso sería, sin duda, la lucha por el mercado global de los calzoncillos. No en vano una estrella galáctica con nombre de notación de ajedrez, había patrocinado recientemente, con fotos marcando paquete, una deslumbrante línea de prendas de interior masculinas. Escaldado, dejé de leer la sección de negocios al atisbar lo último que prometía la economía mundial a los nuevos emprendedores.
A continuación me di de bruces con una foto a toda página de una plastificada princesa con zeta, ataviada con un elegante impermeable y protegida por un paraguas a juego con su sonrisa. Pensé que quizá se tratara de una imagen metafórica del lamentable estado de la institución monárquica sobre la que, en los últimos tiempos, caían chuzos de punta. Pero para mi sorpresa no era otra cosa que un extenso publirreportaje sobre el aprendizaje del duro, pero bien remunerado, oficio de no hacer nada. Un alegato que parecía destinado, ahora que se había puesto de moda la exaltación exprés a los altares, a promover la santidad de la presentadora de televisión, reconvertida en heredera consorte. Cerré el periódico abrumado y me hice el propósito de no reincidir en publicaciones de contenido engañoso y consumir directamente prensa del deporte del corazón o del corazón del deporte.
Así que a la semana siguiente, para seguir la actualidad, me hice directamente con el genuino periódico de la Marca España donde en abultados caracteres se anunciaba que el acaudalado Fly Emirates se había impuesto a un falto de suerte Azerbaijan land of fire en el apoteósico partido del siglo de la semana. Las restantes páginas estaban dedicadas a inmortalizar las sagaces observaciones de los acaudalados protagonistas de tan épica final. Comprendí enseguida que ese bagaje informativo es el que necesitaba para seguir el verdadero pulso del país.