Es conocida la arraigada costumbre que tienen muchas personas de llevarse consigo material de lectura en el momento de ir al cuarto de baño. En muchos casos nuestra ajetreada vida cotidiana nos deja ese único momento de tranquilidad a lo largo de la jornada. La idea es aprovechar esta inveterada costumbre para hacer de este privilegiado lugar, un santuario de la lectura. Se trata de considerar este espacio que todos visitamos con regularidad, como el pilar básico de la formación cultural.
Para lograr este objetivo proponemos huir de los desafortunados intentos de popularizar los fríos libros electrónicos, dispositivos susceptibles de acabar en las aguas residuales por una torpe manipulación y volver a la noble edición en papel. Pero no preconizamos el nostálgico regreso al clásico formato de libro encuadernado, siempre engorroso de manejar con una sola mano en el retrete, sino volver a editar en rollos, tal y como se hacía en la antigüedad con los papiros. Los productos culturales se editarían en un formato ergonómico normalizado, de manera que pudieran ser instalados en los portarrollos de papel higiénico. El gramaje del papel debería, por supuesto, ser apropiado para cumplir una doble función: la lectura y la posterior limpieza íntima.
Esta modalidad de edición sería especialmente apropiada para la literatura de consumo actual, de usar y tirar. Especialmente indicados serían los contenidos de autoayuda, géneros de fácil asimilación tanto intelectual como rectal aunque podría adaptarse a cualquier género literario. Sería un signo de distinción regalar por ejemplo El Quijote simplificado por Pérez Reverte u otros clásicos condensados en el formato rollo de papel higiénico, con objeto de hacerlos digeribles para el consumidor medio. Los usuarios de estos rollos podrían presumir ante sus amistades de haber utilizado estas exclusivas obras para su higiene íntima ya que los tubos de los rollos en cartoné de estos clásicos ya deglutidos se colocarían en estanterías preparadas al efecto en los recibidores, como muestra fehaciente del estatus del lector. Se podría incluso crear una biblioteca de libros escatológicos, preparada por especialistas para hacer más placentera la estancia en el escusado.
Un género especialmente indicado para consumir en un lugar normalmente libre de interrupciones como es el cuarto de baño, sería el de los fascículos de aprendizaje de idiomas que necesitan para su asimilación cierta concentración y aislamiento. Durante cada estancia en el cuarto de baño el usuario estudiaría un módulo independiente que solo se desecharía, una vez asimilado, tirando de la cadena.
Otra posibilidad que planteamos es la recuperación de una tecnología hoy casi obsoleta como es el telefax para instalar estos aparatos en los cuartos de baño en vez de los tradicionales portarrollos de baño, de este modo los autores podrían enviar a sus lectores directamente sus obras sin intermediarios, de manera que se imprimieran a demanda del consumidor en un papel que resultara apropiado para la higiene personal.
La iniciativa cumpliría a la vez una doble función cultural y ecológica; por un lado, aumentaría el tiempo de lectura de la población y por otro, los rollos culturales se reciclarían al instante una vez leídos, evitando así su acumulación en bibliotecas llenas de polvo y que acaban siendo pasto de ácaros, hongos y bacterias.