El día de Todos los Santos, saliendo de una oscura calleja de Sigüenza, nos topamos de frente con el espíritu de Martín Vázquez de Arce. Aunque reacio al principio a nuestra súplica, al final accedió a conceder una breve platica a La Plazuela.
Martín, ¿qué tal llevas los siglos?
Los voy sobrellevando aunque en el pasado siglo estuvieron a punto de acabar con mi sepulcro en una cruel contienda en la que incluso acabaron arrojando fuego a la catedral. Al final, conseguí salvarme por muy poco de la quema.
¿Qué opinas de que todo el mundo te conozca como el Doncel?
Es algo de lo que reniego, me nombraron así unos poco avisados eruditos cuando visitaron mi capilla. De hecho, fruto de mis amores, que algunos tachan de prohibidos, engendré a mi hija Ana.
¿Qué te parecen las visitas guiadas a tu sepulcro?
Son las servidumbres de la fama. No me importa honrar las visitas ya que a veces me siento, encerrado como estoy entre barrotes, en una celda pero lo que más me incomoda es que cobren, no ya maravedís por las visitas, sino una extraña moneda que, según me cuentan, está arruinando al reino. Tampoco entiendo la poca atención que se presta a mis ancestros que hoy reposan conmigo. Otra cosa que me enoja es la costumbre de la gente de deslumbrarme con un pequeño artilugio infernal con el afán de apropiarse de mi imagen. Siento que, poco a poco, me van robando el alma.
Una de las cosas que más intriga al visitante de tu capilla es saber lo que lees...
Muchos piensan que se trata de una lectura piadosa pero debo confesar que lo verdaderamente me place es leer novelas de caballerías, en concreto, en mis manos reposan las famosas aventuras de Roderico de Vardulia. La lectura de ese mal hallado libro es lo que hizo que me embarcara sin pensarlo en la sangrienta guerra de Granada, lo que me costó la existencia.
Sabemos que de vez en cuando abandonas tu sepulcro para pasear por las calles de Sigüenza. ¿Qué te sorprende de los nuevos tiempos?
Al pasear por la calle Mayor en muchas ocasiones cerca he estado de ser arrollado por unas máquinas infernales que, sin caballos, se desplazan a una velocidad de vértigo. No me explico cómo el concejo no actúa contra esos carruajes que con su estrépito están acabando con el encanto de la ciudad. Suelo deambular por las plazuelas cercanas a la antigua morada de mis padres, que ahora ocupa un museo de vihuela. Como hombre letrado me gusta que cerca de allí se impartan artes liberales. En ocasiones especiales, incluso visito una antigua taberna que conocí cuando todavía la sangre corría por mis venas.
¿Sales fuera de la ciudad?
De vez en cuando me adentro en el pinar aunque, de improviso, me corta el paso un informe mausoleo enclavado en medio de aquel, antes idílico paraje. No he averiguado si moran allí gigantes pero me temo que aquello es un símbolo de la desmedida codicia que, sin duda, se ha apoderado de este siglo.
¿Quieres decir algo más para los lectores de La Plazuela?
Ruego que en ese códice que lleváis meses preparando y que queréis sacar ahora a la luz, se hable de los enigmas y de los encantamientos que tanto me atormentan cuando paseo por las empinadas calles de Sigüenza.
Así lo prometemos y dejamos a Martín Vázquez de Arce deambulando como alma en pena por el casco antiguo. Tras sortear un par de diabólicos carruajes, se pierde por la Travesaña baja para volver, al rendir las doce de la noche, a la capilla donde desde hace más de cinco siglos reposan sus huesos.