Parece que ya solo es posible vivir en nuestro planeta tratando de escapar de algo. Los urbanitas tratan de escapan del ruido y la contaminación de su entorno en busca de un bien escaso, el aire limpio y la tranquilidad de los pueblos, algo que con su presencia masiva hacen que desaparezca. A su vez los habitantes de las zonas rurales escapan de sus pueblos en busca de los trabajos y servicios que no encuentran en sus lugares de origen, consiguiendo a su vez devaluar las condiciones de trabajo y saturar los servicios en las ciudades.
El mismo proceso se da a nivel internacional, la globalización se ha convertido en un motor de escapadas. Por un lado los migrantes tratan de escapar de la miseria huyendo de sus devastados países, hacinándose en los suburbios del primer mundo. Por otro, los turistas del mundo acomodado tratan de escapar del tedio, mediante ese sucedáneo de aventura que ofrecen los viajes organizados, huyendo a países exóticos convertidos ya en parques temáticos.
Existe también la opción de escapar sin moverse, mediante el consumo de sustancias, tanto legales como ilegales, que prometen un viaje aturdiendo la conciencia o escapando de la realidad mediante el ensimismamiento en un mundo virtual de pantallas y redes sociales.
En la escala temporal, para evadirse de un presente nada halagüeño, unos escapan a un pasado que a veces nunca existió conmemorando efemérides fabricadas a la medida, mientras que otros lo hacen buscando un improbable futuro en el que la tecnología proporcione soluciones mágicas.
Ante este proceso imparable hay unos aprovechados que han hecho de este universal deseo de escapar, un gran negocio, tanto en forma de actividades ilegales -las mafias de todo tipo- como legales, que consisten en poner de acuerdo a dos partes para que el intermediario se haga de oro.
Los efectos de muchas de las escapadas están cada vez más a la vista, convirtiendo parajes, hasta entonces vivos, en “lugares con encanto” en los que ya resulta arduo vivir, solo susceptibles de ser contemplados y capturados con los cada vez más sofisticados dispositivos móviles. Venecia o Barcelona, ciudades tomadas por riadas de turistas que campan por sus calles fotografiando a diestro y siniestro, son ejemplos de lo que puede llegar a suceder en cualquier lugar debido a la saturación turística.
Habría que preguntarse si tiene sentido embarcarse en una competición sin frenos para ver quien atrae a más gente a golpe de clic. ¿No habría que dejar de fomentar las escapadas en pos de quiméricos paraísos y tratar de hacer cada vez más vivibles los lugares donde cada cual habita? De otro modo pronto ya no habrá lugar donde escaparse en un mundo cada vez más desquiciado.