La expresión “a ver si” se adueña cada vez más de nuestras conversaciones, al parecer en esta sociedad ya no es posible hacer una afirmación rotunda sobre nada o manifestar el propósito sincero de llevar a cabo alguna acción. Todo se remite a la posibilidad hipotética de que, si se dan unas ciertas condiciones ideales, se pueda actuar de determinada manera. Es posible que el fenómeno del “aversi” tenga que ver con la creciente inseguridad que se advierte en todas las facetas de la vida. Quizá sea también un reflejo de la incapacidad de adquirir un compromiso firme sobre cualquier cosa. Cuando existe una disputa sobre cualquier asunto es cada vez más frecuente terminar la controversia con un socorrido “a ver si nos ponemos de acuerdo en la próxima reunión”, lo que nos proporciona cierta moratoria que excluye cualquier tipo de decisión operativa inmediata. Con el “aversi”, lo que hacemos es sustituir la acción por la hipotética posibilidad futura de hacer algo… pero solo si se dan una serie de circunstancias favorables. Ya no somos nosotros los responsables de la inacción sino las circunstancias, los azarosos eventos que se interponen en nuestro camino, impidiéndonos avanzar.
El “aversi” se esgrime ante cualquier obligación molesta que inconscientemente tratamos de evitar o de posponer ad eternum, debido a nuestra pereza o presunta inhabilidad en resolverla. La aplicamos a cualquier cuestión de carácter engorroso que se plantee en el hogar, como puede ser arreglar ese infernal bote sifónico de los inodoros que siempre acaba por desajustarse o esa pertinaz persiana que se empeña en no abrirse nunca como es debido. La excusa para no actuar pero manteniendo la supuesta intención de hacerlo, suele empezar con este enunciado: “a ver si encuentro un hueco y lo arreglo” o “a ver si me pongo las pilas y lo hago”.
Otro campo en el que el “aversi” prolifera cada vez más es el de las relaciones humanas, especialmente en las más esporádicas. Dicha locución es insoslayable cuando nos topamos por casualidad con algún viejo conocido al que ya rara vez tratamos. Tras los saludos de rigor, aludir a lo bien que se conserva e interesarnos por su familia, nos encontramos de improviso sin otros asuntos que departir. Es entonces cuando, para terminar con el incómodo silencio que se crea, podemos recurrir a nuestro mantra favorito: “a ver si quedamos un día de estos” al que se puede añadir la dicharachera apostilla de “y nos tomamos unas copas”. Como respuesta nuestro interlocutor suele responder con otro “aversi”, el también jovial: “a ver si es verdad”, aunque ambos seamos conscientes de que la probabilidad de que dicha camaradería alcohólica se convierta en realidad es mínima. El final el fortuito encuentro termina con un intercambio de teléfonos acompañado de un último y agónico “¡a ver si nos llamamos!”.
Hay otros “aversis” que usamos como escudo y nos paralizan: “a ver si se termina la crisis”, “a ver si nos toca la lotería”, “a ver si se nos aparece alguien providencial”, “a ver si escampa”. Al final, como la crisis continúa, la suerte nos ignora, la virgen sigue sin aparecer y no deja de llover, habrá que hacer frente a las circunstancias de cada día, “a ver si podemos de una vez por todas hacernos cargo de nuestra propia vida”.